miércoles, 29 de abril de 2015

¿La literatura puede transformarnos?...

  • El libro que cambió 

  • una vida


  • LA FIESTA DEL LIBRO

  • Son historias que conmovieron, palabras que provocaron, ficciones que agitaron. ¿La literatura puede transformarnos? Estos doce testimonios certifican que un libro puede cambiar una vida, el cordón umbilical de nuestro lugar en el mundo    

Javier Menéndez Llamazares | Escritor
'El mundo según Garp'
Autor: John Irving. Prosa.
Hace casi treinta años, yo era un estudiante de bachillerato demasiado fascinado por el rock and roll como para reparar en la literatura. Pero tuve la suerte de llamar la atención de mi profesor de lengua, que creyó intuir que, debajo de aquella pose rebelde, tal vez se escondiera un futuro escritor. Claro que yo sería un lector duro de pelar, así que su estrategia tendría que ser demoledora. Y lo fue: cuando me entregaba libros, lo convertía en un secreto. «Si te lo encuentran, ni se te ocurra decir que te lo he dado yo». Entre Bukowski, Carver y otras lindezas, me pasó la novela de Irving. El flechazo fue instantáneo. Si hay un autor capaz de crear momentos memorables, con la vida cotidiana como materia prima, es él. Uno de los mejores constructores de tramas de nuestro tiempo, es capaz de narrar ficción con el mayor verismo, mientras lo excepcional asoma con absoluta naturalidad. Tal vez no fuera el mejor estilista, pero me enseñó cómo se debe contar una historia. Con aquella lectura apasionada y apasionante descubrí que la literatura era mucho más que una asignatura.
Lorenzo Oliván | Poeta
'Diario de un poeta recién casado’
Autor: Juan Ramón Jiménez. Prosa.
El Diario de un poeta recién casado influyó de manera radical en mi manera de ver el mundo. El gran aforista Lichtenberg dijo que un buen escritor nos enseña a volver sutil la visión, a agudizarla, a ahondarla. Ese título abre la poesía española a la modernidad. Creo, al igual que José Hierro, que Juan Ramón con ese libro cambió profundamente las cosas, como Garcilaso lo hizo en el siglo XVI. Esa ventana me asomó al simbolismo de largo alcance que no tuvimos en su momento, de la misma manera que Luis Cernuda me acercó con su poesía a la mejor herencia del romanticismo, que también habíamos dejado escapar. No me interesa el Juan Ramón primero ni el de Platero y yo y otras gangas. Contra el tópico al que se le suele reducir, el poeta de Moguer, con el pulso de lo vivo, con el aliento de lo cazado al vuelo, se metamorfoseó en una suerte de Ulises lírico que cruzaba el Atlántico y, con su extremada sensibilidad de hiperestésico, nos trajo el paisaje de la gran ciudad de Nueva York. Amplió como nadie el espectro de lo real y, como Baudelaire, buscó el poema en prosa para dar cauce a realidades nuevas. Y una lección más que desmonta otro tópico juanramoniano: contra lo esperable en el título, huyó de todo confesionalismo, en pos de universalizar la experiencia de lo vivido. Una lección magistral.
Ana de la Robla | Escritora y Poeta
'Bartleby el escribiente'
Autor: Herman Melville. Prosa.
Mi relación lectora con Melville tuvo siempre un algo de azaroso. Nunca logré identificarme con los más heroicos personajes del trastornado escritor estadounidense ni con sus aventuras que acontecían en barcos y en alta mar, entornos que ya desde niña me producían cierta grima.
Con semejantes antecedentes, no sé qué fue lo que me llevó a acercarme a un librito del mismo autor, editado entonces, ya hace muchos años, en Akal, de título ‘Bartleby el Escribiente’. Era un volumen de pocas páginas, absolutamente insignificante, con el que no obstante había quedado por completo hipnotizada tras leerlo en la fastuosa biblioteca de su dueño, un antiguo novio arquitecto de cuyo nombre prefiero no acordarme. El caso es que el discurrir de aquel hombrecillo llamado Bartleby cuya labor es la de escribir pero que se niega sistemáticamente a hacerlo, y lo mismo a seguir cualquier indicación de convencional cumplimiento con voz tan suave como rotunda, tan tímida como educada con ese mítico «preferiría no hacerlo» que profiere de forma implacable y sistemática hasta su total consumación existencial, conquistó mi corazón irreductiblemente en una época que para mí fue de muchos cambios personales, profesionales y sentimentales. Cuando abandoné al arquitecto sustraje de su biblioteca aquel librito esencial que me mostró un sendero del que desde entonces procuro no apartarme; porque en la propia e irreductible voluntad estriba la más tangible libertad de hombre.
Teresa Cobo | Periodista
'Verdes valles, colinas rojas'
Autor: Ramón Pinilla. Prosa.
La impronta de la imprenta es más radical en la infancia. Ningún personaje de ficción ha modelado tanto mi inconsciente, creo, como Jorge, que renegaba de ser Jorgina y se enfrentaba al mundo con su perro Tim. Las ansias de lectura nacieron con Enid Blyton y ‘Los cinco’. Y crecieron con ‘Jane Eyre’ y Charlotte Brontë en la adolescencia. A ellas culpo de mi gusto implacable por los novelones: ‘Cumbres Borrascosas’ (Emily Brontë), ‘Rebeca’ (Daphne du Maurier), ‘Guerra y Paz’, (Tólstoi), ‘El conde de Montecristo’, (Dumas)... Después vinieron ‘¿Por quién doblan las campanas?’ (Hemingway), ‘Madame Bovary’ (Flaubert), ‘Moby Dick’ (Melville)...
En la inabarcable etapa adulta, hoy me quedo con el que fue mi último hallazgo de un universo narrativo extenso, original y brillante: el Getxo mítico, disparatado y genial de Ramiro Pinilla en la trilogía ‘Verdes Valles, colinas rojas’, que encierra las obsesiones, infortunios y pequeños paraísos de los Baskardo y los Altube antes, durante y después de la Guerra Civil. Nunca una discusión social sobre de quién son las cosas que aparecen en la playa, si de quien las ve primero o de quien las sube con los bueyes, dio para tanto. No ha habido un mostrador de tasca tan glorificado como el de La Venta de Ermo. Ni amores tan empecinados, delirantes o atípicos como los de Roque por Isidora, Martxel por Andrea o Jaso por la neskita del cuadro.
Ana de la Robla | Escritora y Poeta
'Los tónicos de la voluntad'
Autor: S. Ramón y Cajal. Prosa.
De todos los elementos que configuran el carácter humano la voluntad es, posiblemente, el que más ha influido en el discurrir de la historia de la Humanidad. La capacidad para decidir y ordenar la propia conducta, para dictar sueños que acaban haciendo trascender los límites establecidos, ha expandido los mapas, atestado de tomos las bibliotecas, hecho la luz o desarrollado la medicina. Y pese a ello son pocos quienes han sido capaces de retratar la voluntad en su auténtica dimensión, ofreciendo las pautas que permiten sacarle el máximo partido. Uno de los más destacados es Santiago Ramón y Cajal, cuyo currículum habla por si solo de su capacidad para ordenar y enfocar su propia conducta. Trabajador incansable y científico monumental, fue designado miembro de la Real Academia de Ciencias Exactas, Físicas y Naturales en 1897, ocasión para la que el navarro escribió el pertinente discurso de presentación. Fue tal su éxito que se vio obligado a desarrollar el texto y a publicarlo bajo el título ‘Los Tónicos de la Voluntad’. Escrito a modo de cuaderno de guía del joven científico, el texto ilustra las pautas que toda persona debe seguir para alcanzar la mejor versión posible de si misma. Un libro delicioso e imprescindible, escrito con una altura de miras desconocida en la actualidad, y a través del cual el lector puede conseguir algo tan necesario, complejo e impagable como encontrarse consigo mismo.
Enrique Álvarez | Escritor
'Cien años de soledad'
Autor: Gabriel García Márquez. Prosa.
Ningún libro ha cambiado mi vida, como ninguna moneda de oro, por muchos quilates que tenga, cambia la vida ni el destino del avaro. Pero si me obligan a citar el libro que más me ha influido, o el que más me ha hecho ser lo que soy, tendría que referirme necesariamente a dos, y aquí se echará de ver mi poca originalidad: uno, ‘Cien Años de Soledad’, que leí en la primera semana de octubre de 1972, porque fue el libro que justo en aquel momento me decidió para siempre a ser literato y a renunciar a mi vocación de filósofo; y dos, el Evangelio según Mateo, que leí en la última semana de diciembre de 1976, porque me mostró también para siempre, y de un modo que bien puedo calificar de súbito, que Jesus de Nazaret es un personaje aún más fascinante que el coronel Aureliano Buendía, que Alonso Quijano el Bueno, y que Ana de Ozores, y que Rodion Románovich Raskólnikov, y que Julien Sorel, y que Bartleby el escribiente, que eran entonces y aún siguen siendo hoy mis principales referencias existenciales.
Juan Antonio González Fuentes | Poeta
'Espacio'
Autor: Juan Ramón Jiménez. Prosa. Editorial: Visor Libros.
La lectura del poema ‘Espacio’ de Juan Ramón Jiménez vino a marcar un antes y un después en mi relación con la poesía. Gracias a él descubrí con rotundidad que la poesía escrita puede habitar en cualquier forma de trazo y en cualquier disposición que adopte dicho trazo. ‘Espacio’ me señaló el camino de la infinitud de la expresión poética en prosa. En Espacio Juan Ramón desarrolla un continuo, un discurrir en el que nada se elimina, en el que el contenido de la conciencia se vierte por entero en la materialidad de las palabras. No hay en él principio, no hay fin, todo es circular en el espacio radicado y vivido en la lógica del tiempo; todo es fluir en fragmentos inteligibles por el ritmo, por lo sensorial sin cortapisas. Espacio es movimiento mental transformado en puro lenguaje. Espacio también es música, y la música es lo que otorga al discurso su unidad final, lo que facilita la sucesión de secuencias e imágenes, lo que otorga al poema su particular esencia circular, o mejor dicho, de línea que se desenvuelve sin vislumbra su fin.
Violeta Santiago | Periodista
'Inventario'
Autor: Mario Benedetti. Poesía. Editorial: Seix Barral.
No te salves, de Mario Benedetti. Más de tres décadas después de descubrirlo, aún recito de memoria el poema. Ni siquiera lo leí por vez primera en un libro. Lo encontré en un póster en un mercadillo y lo guardé años y años en un cajón de trastos de adolescencia. Desconocía, con 15 años, quién era ese Benedetti, pero luego lo devoraría. He regalado mucho sus obras (sobre todo ‘Inventario’) y, aunque a veces el tiempo cambia radicalmente los gustos literarios, el ‘No te salves’ ha estado siempre ahí, como un martillo. Los versos son un mandato contra la rutina «(no quieras con desgana/no te duermas sin sueño)», contra el miedo, contra la parálisis y la resignación. Al autor le hubieran bastado solo las tres palabras del título para levantar un poema perfecto. Pero nos hubiéramos perdido este final: «y si,/ pese a todo/ no puedes evitarlo (…) y te quedas inmóvil/ (…)/ y te salvas,/ entonces,/ no te quedes conmigo». No debería referirme a mi obra favorita en estas líneas. Pero si me atuviera, no habría aprendido nada del uruguayo, incitador de rebeldías. Mi libro es ‘Chesil Beach’ de Ian McEwan, una novelita que leí del tirón, dos veces seguidas, la primera vez. Cuenta cómo puede cambiar una vida por una palabra de más o de menos, por un gesto mal entendido, por una decisión atolondrada. Historias de gente que no se salvó, las únicas que merecen la pena.
Rafael Fombellida | Poeta
'Historia de la lengua española'
Autor: Rafael Lapesa. Prosa.
Puede cambiar nuestra vida un libro de lingüística? Rotundamente sí. A los diecisiete años, no lector compulsivo pero sí constante, hacía un tiempo que había dado el salto desde las páginas juveniles a las adultas. Era un signo de la época, mediados los setenta. Uno abandonaba el Verne, resumido por Enrique Sordo, de AHR y empezaba a hojear en los estantes de la biblioteca colegial cualquier volumen de Marcuse, Nietzsche o Marx. Uno empezaba a afeitarse y, acto seguido, hallaba entre sus manos ‘Más allá del bien y del mal’. Con escaso provecho, naturalmente. Una medio novia nos dejaba ‘La Colmena’, un profesor de literatura iluminaba el rastro del poeta de nuestra ciudad, cuyo nombre nada nos decía entonces, José Luis Hidalgo. La entrada en la adultez lectora era un proceso inherente, misterioso y enigmático ajeno a la conciencia. Pero hablaba de un libro de lingüística. Uno leía, pero desconocía el sustento de aquello que leía. Y lo más importante: el cimiento del idioma que lo vinculaba a todo lo descifrado, opinado o discurrido. No era el español una convención, era un intrincado engranaje de historia y de memoria, una mezcla de razas semánticas y fónicas presentes y antiquísimas. Un universo híbrido y prodigioso en sus etimologías. Una genuina creación. La alquímica combinatoria de mi idioma me la brindó el ‘Lapesa’, ‘Historia de la lengua española’, de Rafael Lapesa. Y la nocturnidad de mi palabra entendí y respeté.
Elda Lavín | Escritora y editora
'El Quijote'
Autor: Miguel de Cervantes. Estilo: Prosa. Editorial: Cátedra.
Examinar con cuidadosa mano las estanterías de la memoria en busca de aquel libro que nos leyó a nosotros más de lo que nosotros lo leímos a él – labor esta, Steiner dixit, inherente a los clásicos –, parece obligado llegadas estas fechas. Como obligada parece asimismo la recurrencia a uno de ellos, el texto de los textos, aquel que el idioma ha hecho más nuestro que de nadie. Porque ¿quién no recuerda la primera vez que tuvo delante el ‘Quijote’? Por nuestra parte, encontramos en él, lejos de una mera historia de caballerías, un manual de supervivencia, un «hágalo usted mismo» en esa lucha con las cosas, léase con la muerte, que es el vivir. Quijote consigue realizar el proyecto de vida que es él, la posibilidad de existencia que quiere llegar a ser, es decir, Ortega en estado puro. Y para alcanzarlo, para que aflore el héroe, tiene que despuntar asimismo el loco. Pero no nos escandalicemos: es ese un proceso natalicio, esclarecedor, en el que cobra sentido el «yo sé quién soy» del protagonista, la convicción de alguien que vive y siente, alguien que se aferra a la voluntad de vivir, que toma las riendas de su destino y llega. Y así nos conducimos desde entonces: sujetos a las crines del tiempo, ponemos siempre rumbo a lo porvenir convencidos de que nuestra armadura fiera, a fuerza de avisada y lectora, tanto más reflexiva y humana deviene. Vivimos como leemos, a dentelladas, y tan sólo aspiramos a poder mirar a la vida, cuando llegue la última derrota, con la dignidad de haber aprendido a comprenderla. Quijote nos lo enseñó.
Carlos Alcorta | Poeta
'Calisto y Melibea'
Autor: Fernando de Rojas. Prosa. Editorial: Tusquets.
Era en aquella época un libro de lectura obligatoria en los últimos cursos del bachillerato, quizá por esa razón la insuficiente biblioteca del departamento de literatura disponía de varios ejemplares destinados al préstamo, lo que hace aún más incomprensible mi decisión de comprarlo. Una tarde invernal, próxima a las vacaciones navideñas, acompañado por un condiscípulo, entré en la librería Liceo de mi ciudad, Torrelavega, y compré un ejemplar de la ‘Tragicomedia de Calisto y Melibea’ que aún conservo. Fue el primer libro que adquirí con mi dinero. Desde entonces, tenía 14 o 15 años, mi biblioteca personal ha crecido desordenadamente. Las paredes de mi casa apenas pueden albergar ya los miles de ejemplares que las cubren, pero ese primer libro fue el germen, la clave de bóveda sobre la que se han ido asentando el resto de los títulos. Las bellaquerías de los criados Pármeno y Sempronio, las andanzas de la vieja alcahueta, de la farsante, hechicera y remendadora de virgos llamada Celestina, los juegos amorosos entre Calisto y Melibea me sedujeron como una novia. Con el tiempo, después de varias relecturas —es muy posible que sea el libro que más veces he releído— lo que parecía a primera vista sólo un arrebato pasional fue mostrando otras aristas menos evidentes. En aquellos diálogos se ponían en cuestión los métodos de la Contrarreforma. También supuso una nueva forma de entender el mundo para mis ojos aún envelados, pero a partir de entonces, todo cambió, biografía y literatura pasaron a ser para mí la misma cosa.
Marcos Díez | Poeta
'Poemas de Antonio Machado'
Autor: Antonio Machado. Poesía.
En la casa en la que crecí no había muchos libros. Entre ellos había uno de tapas duras, con la cubierta roja y unas letras doradas que poco a poco se fueron desprendiendo como se desprende el oro falso. Lo regalaba una caja de ahorros (qué antiguo suena eso del ahorro y qué lejano eso de que una entidad regale libros en lugar de toallas, exprimidores o televisiones). El libro recogía poemas de Antonio Machado. Lo leí muchas veces y memoricé muchos poemas. Tendría, no sé, diez, once o doce años. Creo recordar que me aburría y que el aburrimiento me llevaba a sumergirme en esa música que no acababa de comprender. Ese libro, un símbolo para mí, me ha ido acompañando de casa en casa hasta que tras una última mudanza se ha multiplicado, el muy desagradecido. Son los riesgos que uno asume cuando dos bibliotecas pasan a ser una sola. Lo sé. Pero es raro, muy raro, que otro libro idéntico al mío me mire ahora desde la estantería con su cubierta roja y sus letras doradas y me diga socarrón: «no fuiste el únicos».


FUENTE:    El Diario Montañés

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