sábado, 21 de noviembre de 2015

GANADOR DEL XXV CERTAMEN LITERARIO “PEDRO DE ATARRABIA” 2015 (España)

Relatos ganadores del XXV. Certamen Literario Pedro de Atarrabia

 

Escudo Oficial de VILLAVA

Acta de la reunión del Jurado


El jurado de la XXV edición del Certamen Literario Pedro de Atarrabia 2015, integrado por doña Rosa Regàs, don Fernando Marías, don Felipe Juaristi, don José Mª Romera y don José Vicente Urabayen, reunido en Villava-Atarrabia el día 13 de noviembre, hace constar lo siguiente:
1.- A la presente convocatoria han concurrido: 1.023 relatos en la modalidad de castellano y 17 relatos en la modalidad de euskera.
2.- Realizadas las consiguientes deliberaciones, el jurado ha decidido conceder por unanimidad el Premio Pedro de Atarrabia, en la modalidad de castellano, dotado con 2.500 €, al relato “Justicia poética”, presentado bajo el seudónimo “Miguel Serrablo”, con el número 547, que corresponde a Alberto Jodra Marcos, de Zaragoza.
  
3.- Realizadas las consiguientes deliberaciones, el jurado ha decidido conceder por unanimidad el Premio Pedro de Atarrabia, en la modalidad de euskera, dotado con 2.500 €, al relato “Silikonazko sabela”, presentado bajo el seudónimo “Zuberoa Oteiza”, con el número 14, que corresponde a Estibaliz Martínez Díaz de Cerio, de Iruñea.


Relato ganador en castellano

Justicia poética De Miguel Serrablo (seudónimo)

Gabriel se esfuerza por no mirar. Trata de fijar su atención en las nubes que navegan hacia paisajes remotos, ¿pero quién puede resistirse? Si al menos se dieran prisa. Cierto que fusilar a tres hombres obliga a liturgias inquebrantables, pero el teniente se está recreando en exceso. Hace tiempo que persigue un triunfo así y desea disfrutarlo al máximo. Cambia a los desdichados tres veces de sitio, buscando sin duda la mejor estampa, y no puede evitar pronunciar un discurso patriótico y exaltado, como si en vez de matarlos contra la tapia estuviesen en la arena de un circo. Gabriel es consciente de que se exhibe por él, para que después comparta detalles con todo aquél que pregunte, y por eso la forzada indiferencia que trata de mostrar le resulta asimismo tan incómoda. Igual si presto atención terminamos de una vez con esto, se dice, y entre ese pensamiento tramposo y la querencia natural del ojo a mirar donde no debe, deja volar las nubes y atiende al fusilamiento. No es que sea un mero espectador sin oficio ni beneficio. Está allí trabajando, los tres ataúdes de madera que hay en el carro así lo atestiguan. No están hechos a medida, pero eso importa poco. Apenas le han avisado, ha enganchado la mula, ha cargado tres féretros de los que tiene ya preparados y se ha encaminado hacia el cementerio. Hace semanas que se lo tienen dicho, Desbroza ese rincón y estate listo, que van a caer como moscas. Así que cortó la madera, hizo los ocho ataúdes que le habían pedido y limpió de matojos y piedras el prado que se extiende detrás del camposanto. Han pasado seis días desde que lo dejó todo a punto, a la espera de que los augurios del teniente se cumpliesen. Después, a seguir con sus rutinas hasta recibir aviso. Han mandado a un crío para dar la alerta. Gabriel, que dice el teniente que han cogido a tres y los van a llevar donde tú ya sabes. Estaba almorzando, así que dedujo que no iban a esperar hasta el amanecer del día siguiente y al terminar de comer se puso en camino. Pastor se hizo el remolón, se quedaba recostado junto al fuego mientras Gabriel cogía la pala y enganchaba la mula, pero luego les ha dado alcance con ese trote de lobo que algún antepasado inventó para cazar por extenuación. 2 Entonces siempre hace lo mismo, se adelanta, se pierde de vista, se acomoda en un otero a la vera del camino y deja que Gabriel pase, mirándolo en la distancia con sobriedad de apache. Después viene otra carrera, y otra, y otra más, como si tuviese memorizados los senderos por etapas. Es su forma de tenerlo todo bajo control, piensa Gabriel mientras siente la mirada del perro en la espalda. Sería una estupidez admitirlo, pero esa extraña forma de proceder le hace sentirse a salvo. Como ha llegado temprano, ha tenido tiempo incluso para excavar las tres fosas, ese terreno es muy blando y las lluvias de la semana pasada lo han dejado perfecto para sepultar cuerpos. Cuando han aparecido los guardias con los tres prisioneros, Gabriel ya estaba sentado en el pescante del carro, con la pala sucia de barro y Pastor enroscado a sus pies, durmiendo la siesta que creía ya perdida. «Coño Gabriel» le ha dicho el teniente con una sonrisa, «parece que tengas tú más prisa aún que yo en deshacerte de éstos» Los detenidos no han prestado atención a las fosas, tan sólo uno de ellos ha tenido el gesto reflejo de asomarse un poco para ver el fondo, pero vienen tan apaleados que bastante hacen con guardar el equilibrio y mover un pie detrás de otro. Gabriel los ha observado un momento para ver si conocía a alguno, pero son los tres forasteros, condenados a morir lejos de casa. Luego ha desviado su atención al cielo con la esperanza de que el desenlace fuese rápido, pero qué va, el teniente aún los cambia otra vez de sitio, mide los pasos para fijar el pelotón de fusilamiento y repite su arenga patriótica, gritándole a las montañas con la certeza de que los demás bandidos están por allí, mirando desde los riscos. Por fin, los tres condenados están maniatados contra la tapia. Desde el pescante del carro, Gabriel puede ver la escombrera de tumbas que se extiende al otro lado. Nadie quiere a un criminal enterrado a un palmo suyo, así que los cuerpos de estos hombres se los comerán los gusanos de extramuros, donde por lo general no caen sino huesitos pelados que Gabriel amontona allí cuando desaloja un sepulcro. No les pongas ni una cruz, ha dicho el teniente al calibrar las fosas, algo decepcionado al descubrirlas tan profundas. Si no fuese porque tiene instrucciones de guardar cierto decoro, ofrecería los cuerpos a las alimañas. 3 Las tumbas no son nubes, no se mueven, no forman compactas naves en busca de nuevos mundos, sino que permanecen estáticas y tenaces, ancladas a la perpetuidad del suelo. Es la mirada la que tiene que moverse, y en el recorrido que los ojos hacen por este pútrido paisaje es inevitable embarrancar en el rostro de esos hombres. Gabriel es lo contrario a un individuo emocional, hay quien afirma incluso que tiene la sangre empozada en los pies, pero hay que ser de una naturaleza muy extraña y miserable para observar impávido el gesto de un hombre que va a morir. El teniente les ha negado incluso la ceremonia ancestral de vendar los ojos, creyendo que de esta manera les provocaba más daño, cuando en realidad está perjudicando la serenidad de sus soldados. Por muchos enemigos que hayas matado, jamás será lo mismo derribarlos a distancia que acribillarlos a seis pasos, con las manos atadas y mirándote con expresión de horror y súplica. Formar parte de un pelotón de fusilamiento sólo se puede sobrellevar si te convences de que estás haciendo prácticas, disparándole al espantapájaros de aserrín y cáñamo, pero un rostro con mirada es imposible de obviar, se paralizan las manos y el corazón se encharca de niebla. De los tres hombres, uno de ellos parece estar más sereno, o al menos no gesticula con la desesperación que muestran los otros dos. Se diría que tiene el evento ensayado, si es que algo así puede prepararse por anticipado. En la vida de un bandido, han de ser muchas las noches en las que se temerá este momento, largas horas junto al fuego con los labios apretados y la mirada perdida en las llamas. El susurro de la muerte silba siempre en los oídos, pero no ha de sentirse igual que cuando caes fulminado en una veloz refriega. En un fusilamiento, al vértigo de la oscuridad se añade el regocijo del otro, que te acompaña al abismo y te empuja sin miramientos. No hay maleante en el mundo que ignore la pesadilla de morir ajusticiado, pero han de ser muy pocos los que lleguen preparados a tan decisivo instante. Este hombre, al parecer, ha pensado mucho en ello, pues ejerce un control férreo de sus emociones y no se deja contaminar por la opresión de esta escena. Al contrario, se ha separado medio paso del lugar que le asignaron, como si quisiera dejar constancia de que fue moldeado con otro barro. No puedo escoger con quien morir, parece decir en silencio, pero que no nos entierren juntos. Mastica una brizna de hierba entre los dientes, y cultiva un gesto arrogante que contrasta con la pobreza de sus ropajes. En un momento dado, quizás al sentirse observado, este hombre 4 impasible desvía su atención del pelotón de soldados y repara en la presencia de Gabriel, encaramado al carro de sus ataúdes. Sus miradas se cruzan y el hombre que va a morir sonríe, dejando una impronta extraña al instante brutal que está viviendo. Ninguno de los dos escucha las órdenes, como si esa mueca imprevista hubiese inflado un globo y estuviesen amparados por una burbuja. Gabriel siente una vibración del aire, un desplazamiento de luz que sacude el paisaje y el cuerpo del hombre se estremece, separando un poco los labios y dejando caer la brizna sin descomponer la sonrisa. De la chaqueta rasgada y polvorienta que le cubre del frío brota un coagulo de sangre, y sus rodillas se doblan con una velocidad lenta, sin dejar que el peso del cuerpo venza y se desplome. A diferencia de sus dos compañeros, tumbados ya contra la tapia, este hombre se va encogiendo poco a poco, empeñado en morir de la manera más digna. Es ahora cuando la burbuja se rompe y Gabriel percibe el eco de los disparos conquistando el valle. Tiene que sujetar a Pastor, que se asusta con los estampidos y siente el instinto de atacar al hombre herido. «Sujeta al perro» gruñe el teniente, «que todavía no hemos acabado» Gabriel afirma los dedos en torno a Pastor y el teniente desenfunda la pistola que guarda en el cinto. Con un ademán solemne, recorre la distancia que le separa hasta la tapia y, apuntando con ceremonia, les da el tiro de gracia a los dos hombres que yacen inmóviles contra las piedras, muertos ya con el primer disparo. El tercer hombre, sin embargo, conserva un hálito de vida en su pierna izquierda. «Este cabrón sonríe» dice, antes de apuntar de nuevo y meterle una bala en la frente. Entonces guarda la pistola, se gira hacia las montañas y abre los dos brazos en un gesto desafiante, escudriñando los bosques a la caza de más sombras. Después, algo decepcionado por el silencio reinante, se limpia las botas contra el pantalón del muerto y reúne a sus hombres. «Necesitaré que me ayuden a bajar las cajas» habla por fin Gabriel, señalando las fosas. El teniente lo mira, demora un segundo en comprender y designa con el dedo a un guardia. 5 «Mañana búscate a un ayudante, Gabriel, porque habrá más» Se marchan los soldados con el alivio del deber cumplido, parecía cosa imposible fusilar a un hombre y bastaba con cerrar los ojos y ceder al impulso de una voz de mando, qué bien engrasado está el mundo. Todos menos el guardia que ayudará a Gabriel, que no sabe dónde poner el arma. Hace ademán de apoyarla en el muro, pero le asalta el recelo de que alguno de los fusilados tenga el cuajo suficiente para seguir vivo y se queda mirando, acostumbrado al estímulo de una orden. «Puedes dejarla en el carro» sugiere Gabriel. «Démonos prisa o nos caerá la noche» La mención de la noche obra el milagro y el guardia reacciona, temeroso de quedar desamparado y a oscuras. Quién sabe si no están cerca los compañeros de estos muertos y deciden vengarse en sus enterradores. Mejor acabar cuanto antes y regresar a la aldea, donde las sombras son menos sombras y los muros de piedra conceden un respiro frente al bosque encarnizado y peligroso. El guardia deja su arma en el pescante del carro y extiende los brazos para sujetar los féretros que Gabriel le va alcanzando uno por uno, cuidando de que las tablas no se descuadren. No es tan sólo que haya escasez de clavos, es que Gabriel es consciente de que tuvo que aprender con demasiada premura este oficio y desconfía de su artesanía. No basta con voluntad y escrúpulos, la madera es un ser vivo y precisa de una vocación congénita de la que Gabriel carece. Incluso un objeto tosco como el ataúd de un proscrito exige una destreza técnica para obtener algo digno y que el muerto se mantenga sereno y contenido, sin que de pronto se desfonde una tabla y quede un brazo colgando. «Esta esquina está abierta» señala el guardia, algo avergonzado por su descubrimiento. Gabriel busca una punta en el bolsillo, empuña el martillo que carga en el cinto e inserta el clavo con un golpe seco que cierra la grieta. Después contempla a los muertos y calibra sus dimensiones. «Cógelo de los pies» dice, aproximándose a uno de los hombres que está tumbado contra la tapia. Con gestos torpes y desacertados, levantan el cadáver y lo llevan hasta los féretros. Pastor se confunde, interpreta que están jugando y se entromete en sus pasos, haciendo tropezar al guardia y provocando un juramento. 6 «¡Sal de ahí, a ver si te voy a pegar un tiro!» La mirada de Gabriel basta para que el guardia se amedrente y quede en silencio, incómodo con su propio gesto. Cuando meten el cuerpo en el féretro, la anatomía del muerto se expande hasta llenar el hueco, qué particularidad la del ser humano que ni en su tumba admite pasar desapercibido. Con el segundo cuerpo el transporte es más rápido, acarreado un muerto acarreados todos, parecen decir las manos que ya saben donde asirse. El tercero, sin embargo, exige que lo desplieguen de su posición de ovillo. «Tengamos cuidado» dice Gabriel, «que no se quede rígido» Le estiran las piernas, le acomodan los brazos y, cuando tiene ya una posición natural, lo alzan en vilo y lo depositan en el ataúd restante. Este hombre, a diferencia de los otros dos, no se relaja y se ajusta al espacio concedido, sino que parece incluso más pequeño, agazapado a la perpetuidad de su encierro. Conserva la sonrisa inaudita de sus últimos segundos, pero el cuerpo desvela una actitud de amenaza. «Es curioso» comenta el guardia, «parece más tenso ahora que cuando estaba vivo» Gabriel está de acuerdo, pero no dice nada. Será que siente la opresión de esta jaula, piensa, acariciando la madera que encarcela el cuerpo. Cuando clava la tapa de los primeros dos féretros no siente el impulso de mirar los rostros, no verá nada nuevo y más vale poner la atención en no machacarse un dedo, pero con el tercer hombre la tentación resultará ineludible. Gabriel emplea un segundo largo y silencioso en buscarle los ojos, escamado por un destello que ahora le parece vagamente familiar. En la frente hay un orificio profundo, como un taladro sanguíneo hasta el hueso de los pensamientos, y en los labios persevera esa sonrisa enigmática que parece corresponder a otras vidas. Al poner la tapa y ocultar el cuerpo, Gabriel tiene la sensación de que va un paso por detrás de todo, encadenando acciones para las que no encuentra sentido a pesar de que hay algo, una alerta, un chispazo fugaz y sinuoso, que le induce a inventariar recuerdos. Aún no ha clavado tres puntas y detiene el gesto, con el martillo en el aire y el siguiente clavo apresado entre los dedos. Hace 7 palanca entonces y desclava lo clavado, devolviendo algo de luz al muerto. En los labios semiabiertos, con un ademán preciso y delicado, deposita una espiga y después clausura por fin el féretro, golpeando cada clavo con una disciplina hipnótica. «¿A que ha venido eso?» pregunta el guardia, tomando la cuerda que le alcanza Gabriel desde el carro. La tarde cae rápidamente y las sombras de los árboles se alargan, poblando el paisaje de temores y fantasmas. «Justicia poética» dice Gabriel con un tono áspero, estirando su cuerda a través de la tumba e invitando al guardia a hacer lo mismo. Cargan después uno de los féretros hasta el borde de la fosa y, pasando las cuerdas por debajo, lo hacen descender despacio hasta depositarlo en el lecho de barro. Repiten el gesto con los otros dos ataúdes y, cuando devuelven las cuerdas al carro y Gabriel toma la pala, el guardia recupera el arma y se despide sin ceremonias. «El resto puede hacerlo solo» dice, encaminándose hacia el pueblo. A pocos metros se detiene y se vuelve, rumiando algo en los labios. Gabriel llama a Pastor con un silbido y el perro acude hasta el montón de tierra donde su amo está hundiendo la pala. «Siento lo que le dije al perro…» dice el guardia desde el borde del camino. «Oiga, eso de la justicia poética… ¿Usted era el maestro, no? Me contaron que un día cerró la escuela y nunca más quiso dar clases… ¿Es cierto? ¿Por qué lo hizo?» Gabriel clava la pala en el suelo con el peso del cuerpo, inclinándose hacia adelante y pisando la herramienta con la suela podrida de su alpargata. Con un gesto mecánico impulsa los brazos y una capa de tierra vuela y se derrumba sobre el féretro, componiendo un rumor de lluvia. Sigue un segundo largo de silencioso ocaso, sin más interrupción que un graznido de cuervos en un barbecho alejado. «Ya no había nada que pudiese hacer por los vivos» responde Gabriel con un susurro tenso, la mirada rendida en la fosa y el cuerpo minado de herrumbre. El guardia espera una explicación extensa, pero los labios de Gabriel se cierran con un 8 gesto hermético y la pala entra en la tierra, produciendo un chasquido seco de costuras rotas. «Dese prisa» dice por fin el guardia, «o le cogerá la noche» Dándole un puntapié a un terrón de barro, el guardia regresa al camino y aviva el paso, enfilando el murallón de álamos que anuncia los límites del pueblo. Gabriel permanece inmóvil, con la pala incrustada en el suelo y el pensamiento varado en otra escena. Pastor se acerca, se sienta a su lado y apoya su cabeza peluda en la pierna, allí donde sabe que su amo abrirá la mano y le estrujara una oreja con ternura. Gabriel hace el gesto, atrapa el pelo del perro y lo moldea en los dedos, provocándole un ronquido plácido. Él, sin embargo, mastica con horror la sospecha de que en el hombre de la espiga está enterrando a un viejo alumno.


Relato ganador en euskera.

Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 1 SILIKONAZKO SABELA


Beti esan izan didate amonaren planta dudala, gorpuzkera bezain aldarte handikoa baitzen bera ere. Eta hori esaten didatenean, halako estimu berezi bat sortzen zait ezagutu ez dudan pertsona horrekiko. Ez dakit amonak nireak bezalako sujetadoreak erabiliko zituen, tirante zabal eta bular-buru handikoak. Ama izan nahi eta ezin horretan, bere seme-alabek edoskitzen ez zuten bularretan orbanak izango zituen, goseak oso gazterik eraman baitzuen Santanderrera bereak ez ziren beste haur batzuk elikatzera. Eta ez zuen hain handikote eta galanta izateagatik gutxiago sufritu, bera ere bakarrik eseri baitzen arratsalde batez autobus zahar bateko eserlekuetan Santanderrera bidean. Bakarrik eta bakardadean, etxean uzten zituen bi seme-alaben hutsunea sakonegia baitzen. Eta bularreko orban haiek, oraindik lehortu gabeko seme-alaben adur orbanak bailiran, malkoak bezala ez zitzaizkion bidaia osoan lehortu. Autobus geltokian topatu behar zuen emakumea berehala topatu zuela aipatzen zuen eskutitzetan, ez dakit zergatik ote, inude baino plañidera antza handiagoa izango bailuke egun hartan. Eta hurrengoan. Eta hurrengo bietan eta baita zetozenetan ere. Bakardadean negar egiten zuela aipatzen omen zuen eta titia eman bitartean batzuetan ere bai. Hainbeste negar egiten zuen non isilean behin haur txikiak bere malko bat irentsi eta mikaztasun horrek bularra ukatzera eraman zion. Min ematen zion bere seme-alabei beste era batera elikatzeak eta amaren esnea hartu ordez, amaren diruarekin erositako esne-hautsak urarekin nahasturik hartzen zutela pentsatze hutsak itxi egiten zizkion bularretako mizpirak. Baina ohitu zen beste seme-alaba horietara eta bereak amaren hutsunera. Urtean zenbaitetan itzuli egiten zen eta behin baino ez zen bere seme-alabak bularretan jartzen saiatu, erabatekoa izan baitzen errefusa. Izan ere, maitatzen zituen, xamur, gogotsu, estuki maitatzen zituen egun urri haietan. Eta bere senarra hainbeste maite ez bazuen ere, maitatzen zuen, hainbeste maitatzen zuen egun haietan, non haurdun geratu zen beste behin eta alaba berri hura elikatzeko alaba berri horrek ekarritako esnearekin beste batzuk elikatzera joan behar izan zuen berriz ere, Santanderrera. Ez dakit etxe berera baina bai itzuli zela, joan hobe esanda. Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 2 Garai haietan ama izanaz damutu izan zela aipatzen zuen, ama izan ez balitz ez litzatekeelako Santanderrera joan izan, oraindik amazulo zuen adinean seme-alabazulo jasatera. Emateko jaiotako emea, emateaz ere disfrutatu ezin izan zuena. *** Sabela lodien sasoian gaude. Ni sasoian nago nahiz eta nire sabelaren loditasuna ez den haur baten eraginez sortua, baina haiek eta ni norbaitentzako gu bat garen heinean ni ere sabela lodien sasoian nago, sasoian bakarrik haiek dauden arren eta ni haiekin batera, zoratzeko modukoa. Haurrak izateko adinean nagoela, alegia. Baina ni halako bukle ulergaitz baten barne sentitzen naiz, ni subjektua, gu baten baitan. Haiek horien nortasuna jakin nahiko duzu. Haiek nirekin batera ikasitakoak dira, nirekin batera hilekoa jaitsi zitzaiena, lehengo sexu kontuen lekukoak, lanean elkarrekin hasi ginenak, gerora adarrak ernatu dituen ideologia baten baitakoak, lehenengo larru jakak elkar erositakoak eta parranda zein isilpeko berba-lagunak. Kintoak. Haiek. Haiek, bihurgunedun zein sabel-lauak sabel dantzan aritzeari utzi zioten haien sabeletan zerbait egosten hasteko. Haurra zeritzoten batzuek, neska ala mutila, neska eta mutila baten batek 30etara iritsi gabe desiratutakoa oraindik heldu gabe zelako, zelarik nahi ez duenari eman bekio arbalda eta bikotetxoa batera. Ez zen egun batetik besterako kontua izan, tantaka hasi ziren, urrutiko zirimiria, ez dakit noren ahizpa, laguna, … Miren! Ekaitza hurbiltzen hasi zen eta arraroa izan zen gurera iritsi zenean. “Lrunbtean afria nre etxen. Zrbait esan bhar dzuet” Gaurko what´s app bidez izango litzatekeena are kitzikagarriagoa zen ahoz ahokoa erabilgarri genuen garaian. “Mirenen etxean afalduko dugu larunbatean, zerbait esan behar omen digu”. Eta horrelako gonbidapenek milaka hipotesiz betetzen zizkiguten burua eta baita aurreko egunetako elkarrizketak ere. Aldaketa bat aurreikusten genuen pertsona horren bizitzan, proiektuak beti; profesionalak, elkarbizitzakoak eta lekualdaketak ziren garai Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 3 hartara arte bizi izandakoak, iragargarriak, haiek horiekin modu goxoan konpartitzekoak. Eta hala egin zuen, afari osoa eta goxoa Mirenen esku geratu zen eta aspaldiko partez haiek gu bilakatuak mahai baten inguruan berbaroan, nahiz eta hasieratik keinu dantza izan zen komunikazioan nabariena. Atetik sartzen joaten ginen heinean zer demontre kontatu behar diguzu zioten gure aurpegiek, denek postrera arte itxoin beharko genuela genekien arren. Baina ez zuen gure inpazientzia gehiegi luzatu, oraindik ardo koparen inguruan ginela bota baitzuen: - Haurdun nago – lehenengo bi segundotan sortu zen isilunean grabatu izan balizkigute aurpegiak ipuina komiki bilakatuko nuke. Ikustekoak ziren, “gu ere saiatzen ari gara” salatzen zuten aurpegi kezkati batzuek. “Zer? Jada? Iritsi gara?” erlojuari begiratzea soilik falta zitzaien desorientatu batzuei eta “berandu da, oraingo bikotearekin geratu beharko naiz” zioten etsitu batzuen keinuek ere. Hala ere, denak izan ziren zorion hitzak eta poztasun keinuak. Baina haiek guztioi piztu zitzaigun alerta moduko bat, heldu da sabel-lodien sasoia. Orduan azkarrago iritsi zen zaparrada, urrutitik entzuten duzun trumoiaren antzerakoa izan zen Mirenena. Bat-bateko berria zirudien horientzat egun batetik bestera arrunt bilakatu zen eta ez zen luzatu saiatzen ari ziren horien demora. Ez zen ama sena esnatu, ama sena kutsatu zen, lagunarteko afarietara maskarillarekin joaterainokoa izan zen epidemia hura. Eta “zerbait esan behar dizuet” hori misterioa galdu zuen egun batetik bestera eta oraindik sarean erori ez ginenon ikara sortzen zuena. Gure elkarrizketak tripa-zentrikoak bilakatu ziren: sintomak, aste kopurua, sintomak eta aste kopurua, arropa, emozioak, ume-dendak, erditze naturalak, elikadura, izen konbentzionalak vs bereziak... eta etorriko zirenen aitzindariak baino ez ziren. Haurdunen arteko harremanak sendotu ziren, haien seme-alaben jaiotzak euren harremana nahitaez luzaroan mantentzera zeramalako. Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 4 Momentu horretan bukle batean topatu nuen nik neure burua, indiferentzia apur batekin. Hala ere, elkarrizketa horietatik ihes egiten dut noizbehinka, terraza batean bakarrik egoteko bada ere, nahiz eta ingurukoen tripa-begiradetan eta etorkizun galdera ugarietan giro arraroa sumatzen hasia naizen, nire barnean denon desioa sortzeko konplot moduko bat. Iristen da momentu bat non neure burua den epaitzen ez nauen bakarra, eta hala ere, arrazoika ibiltzen naiz neure baitan. Azkenean zerbitzaria hurbildu zait eta rona edota gin-tonika bat gustura hartuko banu ere, anana zukua eskatu dut. Zerbitzariak galdetu bitartean begirada nire bularretara zuzendu duela iruditu zait. Ez da begirada lizuna izan, kaletik noanean sabelera zuzentzen didatenaren tankerakoa baizik. Orduan rellenorik gabeko sujetadorea jantzi dudala konturatu naiz eta pezoiak horren ageriko ditudan pentsatzeak une batez lotsatu nau. Lepoan daramadan zapiarekin estaltzear egon naiz baina orduan bularretan orban bana ditudala konturatu naiz. Ez dut hezetasuna sentitu, baina nabariak dira pezoien inguruan sortutako putzuak. Harritu nau. Harrotu nau azkenean nigan ere amatasunaren zantzu bat loratu dela ikusteak eta zuzenago jarri dut bizkarra, nire bular handi eta borobilak ume bat elikatzeko prestatzen ari direla zerbitzariak edo begiratu nahi duen orok ikus dezan. Ama naizela amets egiten dut maiz, nahiko amets arraroak izaten dira; ni haur naizela erditze berritan edota erditzera noala topatzen dut neure burua edo behin erdituta alaba bat dudala konturatu gabe nire bizitza egiten jarraitzen dudala eta baita erditzeko momentuan bertan haurdun nagoela konturatzen naizela ere. Beti larridura kutsuez inguratuta eta Gorka ez da inondik ere ageri. Gorka askotan jartzen zen aitatasunaren tesituran. Ama zainduko zuen aitaren papera zen gehien maite zuena eta dagoeneko nahikoa atzeratzen ari ginen, bere ustetan, giza-legez aitortu zaigun dohainaren erantzuna, berak ere gaitzak jota baitzegoen. Gorkarekin bere arrebekin nola nire argudiotegira jotzen nuen; lan-egoera ezegonkorra, ezegonkortasun ekonomikoa, denbora falta… halako oreka itxura ematen beti. Ez nintzen ausartzen niri oraindik ernatu gabeko amatasun sena estaltzera eta Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 5 besteek euren sabelekin egiten duten bezala harrotasunez ez dut ama izan nahi esatera. Baina ez zen seme-alabena erabat alboratu nahi nuen zerbait. Sabelen sasoian sartu baino askoz lehenago agertu zen Gorka. Gorkak hasieratik ulertu zuen gure artekoa ez zela ezta gau bateko kontua ere izango, harreman espontaneo hura gure parranden auskalotasunak zeraman bidekoa baizik. Baina heldu zen lehenengo egunsentia, lehenengo afaria parrandaren ordezko, lehenengo oporrak. Baina barnean sena deritzoten hori agertu gabe jarraitzen zuen. Hala ere, monogamiak bide bakarra du eta itsuki zuzendu ginen biok. Ezagutu nituen bere arrebak, harremana sendotzearren – halabeharrez, korapilo bat gehiago egiten baitiozu sokari –, urtebete eta gero garaia baitzen. Gorkak hiru arreba nagusiago ditu eta amarik gabekoak dira, ulertzen da esan nahi dudana, alegia, Gorkak hiru ama dituela, hortaz, nik hiru amaginarreba, euren artean amena nor den lehia bizian daudenak. Elkarrekin bizi dira hirurak eta inoiz aitortuko ez badute ere, euren solterismoa, noizbehinkako harremanak eta ukatu arren bilatuko dituzten asetasun uneekin ere, ez duten konbentzionalismo eza ulertzen eta ez naiz inoiz azaltzen saiatuko ere. Hiru bisita besterik ez ziren izan eta halako batean eta egun batetik bestera, haurdun sentitu nintzen, haurdundu ninduten. Gorkaren familia, seme-bakarraren sindromepean eta ilobarik izango ez zutenaren ustetan, semea 40etara hurbiltzen hasia baitzen, opariz josi ninduten; gelarako gortinak, sehaskatxo bat, nola ez txupeteak… eta mordo bat zorion. Gorkaren arrebek beti aipatzen didate sabelaren neurriaren kontua, arreba nagusiak laugarren hilerako jaso zituen kiloak lau haizetara botaz, arropa ezin sarturik ibiltzen zela hirugarrenerako besteak eta beldurrez joaten naiz ez ote didaten hurrengo batean sabelaren diametroa neurtuko, nik ez baitut oraindik arropaz aldatu eta haiek badakite, ongi ezagutzen baitute nire armairua. Oraindik praka estu horiek jartzen dituzu? Edota esango diguzu haurdun arropa behar duzunean. Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 6 Sabela laztandu eta hazten ari dela sentitu dut, borobiltzen ari dela behealdetik nire eskuen azpian eta oiloak bezala inkubatu beharko dudala iruditzen zait. Azkenean lortu dut izanaren ikurra eta pozten nau ez baitut hurrengo batean Gorkaren etxera eta Mirenen semearen urtebetetzera joateko kamiseta azpian silikona jarriko. Interneten bidez bilatu nuen, gazteleraz, emaitza gehiago atera zitezen, “tripas de silicona” eta “quizá quiso decir: mamas de silicona” baztertu eta lehenengo aukeran bertan topatu nituen silikonazko sabelik errealenak, bost neurri ezberdin iritsi zitzaizkidan. Kamiseta altxatu eta zilborra eta guzti erakusteko modukoak. Txinatik heldu zitzaidan paketea, eskatu eta astebetera, Donostiako Aintzaneren eskutitzak baino lehenago. Eta egun hartan ere joan ginen Gorkaren arrebekin bazkaltzera, neurririk txikiena jarri nuen eta denen aipamenak jaso nituen egun hartan: “hasi da borobiltzen”, “hori neska da”… baina inork ez zuen bertan mugimendurik sumatzen. Horrelako egunetarako baino ez nuen jartzen udako beroarekin izerditu eta sabelatik irristatzen zitzaidan silikona. Gorkaren aurpegia sabela ikusita aldatzen zela ikustean gero eta gehiago jartzen hasi nintzen eta ematearen kontuan aditu bilakatu nintzen, aurpegi horrek aldaerak zituela sumatu bezain pronto. Sofan etzaten zen eta biok lo geratzen ginen silikonaren gainean. Hitz egiten genion silikonari. Hainbeste maitatzen hasi ginen silikona, gure etxean txoko bat sortu geniola, sehaska eta guzti – hau ere Gorkaren arrebek erositakoa –, silikonaren sexua oraindik ezagutu gabe arrosa edo urdinera jo ahal izateko. Eta Gorkak bazekien silikonazkoa zela gure fruitua, aspalditik ere silikonazkoa gure artekoa. Erditu eta gero erabiltzen jarraituko genuen silikona, ez dagoen zerbaiti beti magnitude handiagoa emateko, erabilera anitzeko materiala baita silikona. Eskuekin inkubatzen jarraitzen dut, nire eskuekin izan baititut lorpen satisfaktorioenak beti eta loditzen doala iruditzen zait. Sabelak beherako joera duenean neska omen dela dio Pui-k – Gorkaren arrebak – , baina nik mutilaren antza hartzen diot barneko sentsazioari. Denek nahi dutenaren hipotesiak egiten dituzte, nahiz eta dena delakoa den gerora maiteko duten bakarra. Eskatzen diogu, ematen ari ez den zerbait eskatu diogu, jaio gabe jada ez den zerbait dela irudikatzen baitugu, Zuberoa Oteiza Silikonazko sabela 7 hemen izateko gurea den ezinbesteko zerbait eman ez diogunean. Sentituko al du silikona hor barnetik? Tolestu behar izan naiz neure barnean sentitzen ditudan kontrakzioak baretzeko, gero eta maizago agertzen da ziztada mingarria, gero eta luzeagoa da eta oihu egitera eramaten nau. Inoiz egin ez dudan bezala oihu egiten hasi naiz, baina aldamenekoek aldartea aldatu gabe jarraitzen dute euren elkarrizketetan barneraturik. Erditze prestakuntza egin ez dudan arren, arnasarekin baretzen saiatu naiz eta pixka bat hobe sentitu naizenean, alde batera okertu naiz perfilez terrazan dagoen pertsona orok halako batean neure gorputzean sartzerik ez duen tripa dudala ikus dezan. Halakoan, pixagura saihestezin bat sortu zait eta gero eta bustiago sentitu ditut kuleroak, prakak, eta orkatilaraino igaro da isuria, gainean pixa egin izan banu bezala. Komunera abiatu naiz nire ziatika ezkutatu gabe, bihartik aurrera baja hartuko dudala zin egin diot neure buruari. Itzuli naizenean, ordaintzera hurbildu naiz barrara eta zerbitzariak berriz ere bularretara begiratu dit, inude bularrak ditudala badakit, orban eta guzti. XXI. mendeko inudea naiz, azken batean beste batzuen desioak elikatzeko bizi naizelako ni ere. Anana zukua ordaindu eta kanpora atera naizenean silleta ikusi dut. Gorringoa eta zuringoa besterik ez duen haurra hainbeste denbora bakarrik utzi izana neure buruari barkatu ezingo diodala pentsatu dut. Silletari frenoak kendu eta Mirenen semearen urtebetetze festara abiatu naiz. Ez daramat oparirik, baina haiek horien parte sentitzeko funtsezkoagoa dudan zerbait daramat oraingoan, ea sartzerik ote dudan.


FUENTE: Web oficial del Ayuntamiento de Villava

LOS CAZADORES DE CONCURSOS LITERARIOS V (AGOSTO 2015) Publicado el concurso, el viernes 27 de julio del 2015 en el Blog.  

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