sábado, 12 de diciembre de 2015

LA HISTORIA DE DEOGRATIAS NIYIZONKIZA.

Un cuento de Navidad con acento africano




Un cuento de Navidad. No hay otra forma de resumirlo. Sobre todo cuando todo el tema de los refugiados aquí está tan cubierto de un comprensible manto de miedo: la historia de Deogratias Niyizonkiza es un regalo que llena de esperanza.
Deo, como lo llama todo el mundo, un joven estudiante de Medicina de Burundi, pudo escaparse de las masacres étnicas de su país. Vía Ruanda y París, terminó como unhomeless en Harlem, sin saber hablar inglés. Una pareja muy humilde de desconocidos se apiadó de él y se lo llevó a su casa tratándolo como un hijo. Él se puso a trabajar de repartidor día y noche para tratar de contribuir a su mantención. Enseguida aprendió inglés. Terminó becado en la Universidad de Columbia (estudiando filosofía, para "intentar comprender lo que había pasado y cómo había podido sobrevivir"), y luego Salud Pública en Harvard.
Su historia, pasar de la guerra en África a dormir en las calles de la Gran Manzana, y de allí al Ivy League, fue reflejada unos años atrás por un periodista ganador del Pulitzer, Tracy Kidder, en el libro Strengh in what remains. Pero lo más interesante es cómo, una vez que Teo había cumplido el sueño americano, en vez de quedarse en los Estados Unidos decidió volver a Burundi, que sigue siendo de los lugares más pobres del planeta, para lograr que sus habitantes construyan escuelas y hospitales.
Deo fue un compañero de mesa de esta redactora durante un almuerzo organizado por Village Health Works, la organización que preside. Con una sonrisa de eterno adolescente, dio su síntesis en el debate sobre los refugiados.
"No voy a negar que hay temas muy complejos en la implementación de esto y nada es perfecto -aclaró-. Pero creo que, en última instancia, tenemos la obligación moral como seres humanos de abrirles la puerta a los que están sin esperanza de sobrevivir de otra manera. Y para honrar la dignidad humana ni siquiera esto es suficiente. Hay que buscar las maneras de enseñar cómo buscar soluciones a las tragedias creadas por los propios hombres en los países en emergencia."
La receta de Deo es ir por lo pequeño y basándose en los habitantes y los recursos existentes, por mínimos que sean. En su pueblo armó un hospital y centro de enseñanza que enseguida se convirtió en un oasis para toda una nación. Pero hacía falta una ruta para llegar allí. Una compañía belga que tenía el monopolio de las obras públicas no quería atenderlos y tardó varios meses en darles un presupuesto. Entonces los hombres y las mujeres de la zona, con picos, palas y machetes, lo hicieron por su cuenta. Muchos habían estado en bandos opuestos en las guerras étnicas, "y trabajar juntos cambió radicalmente su mentalidad", explica Niyizonkiza. Incluso había mujeres con bebes en la espalda que se ponían a trabajar. La ruta se terminó en velocidad récord. Cuando la gran compañía constructora finalmente llamó con la cotización (altísima), Deo tuvo el placer de decirles que el proyecto ya estaba terminado. "¿Cómo puede ser si somos los únicos constructores en esta parte de África?", le retrucaron. Y confesó que una de las grandes satisfacciones de su vida fue poder decirles, simplemente: "Ya no lo son".ß



FUENTE:  LA NACION
                                Argentina


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